Tuesday, June 06, 2006

La revolución inconclusa


[fragmento de "la revolución incompleta", prólogo de rip it up & start again: postpunk 1978-84] Para el verano de 1977 el punk se había convertido en una parodia de sí mismo. Muchos de los miembros originales del movimiento sentían que la apertura y la riqueza de posibilidades habían degenerado en una fórmula comercial. O peor: había terminado convirtiéndose en una inyección rejuvenecedora en el brazo de la industria musical establecida que los punks habían tenido la esperanza de derrocar. ¿Dónde ir ahora? Fue en este punto que se comenzó a fracturar la frágil unidad punk entre chicos de clase obrera y bohemios de clase media. Por un lado quedaron los populistas “verdaderos punks” (que después desarrollarían el movimiento Oi!) quienes creían que la música debía mantenerse accesible y sin pretensiones: la voz enojada de las calles. Por otro lado, estaba la vanguardia que después fue conocida como “post-punk”, quienes vivieron 1977 no como un retorno al rock´n´roll crudo sino la oportunidad de quebrar con la tradición, definiendo el punk como un imperativo al cambio constante. El Oi! y su aproximada contraparte norteamericana, el ´hardcore´, merecen sus propios libros (incluso ya tienen algunos: Cranked Up really high de Stewart Home y varias historias orales del hardcore). Este libro, sin embargo, es una celebración del postpunk: bandas como PiL, Joy Division, Talking Heads, Throbbing Gristle, Contortions y Scritti Polliti, que se dedicaron a realizar la revolución incompleta del punk y exploraron nuevas posibilidades sonoras a través de su apertura a la electrónica, el ruido, las técnicas dub del reggae, la producción disco, el jazz y la música contemporánea. Algunos puristas acusaron a estos experimentalistas de meramente intentar restaurar aquello que el punk había originalmente intentado destruir: el elitismo del art-rock. Y es cierto que una alta proporción de los músicos postpunk venían de las escuelas de arte. La escena No Wave en New York, por ejemplo, estaba prácticamente compuesta por entero por pintores, realizadores de cine, poetas y artistas de performance. Gang of Four, Cabaret Voltaire, Devo, Wire, The Raincoats, DAF... esta es sólo una fracción de las bandas iniciadas por graduados de las carreras de arte o diseño. Especialmente en Inglaterra, las escuelas de arte han funcionado desde hace tiempo como una especie de bohemia subsidiada estatalmente, donde la juventud de origen obrero demasiado rebelde para trabajar se mezclaba con chicos de clase media demasiado excéntricos para seguir una carrera profesional. Después de graduarse, muchos se involucraron en la música como una forma de mantener el ´estilo de vida experimental´ que disfrutaron durante su época de estudiantes y, al mismo tiempo, quizá, sólo quizá, encontrar algo de qué vivir. Por supuesto, no todos los involucrados en el postpunk fueron a escuelas de arte o a la universidad. Muchas de las figuras clave del postpunk inglés vienen de esa zona gris socialmente indeterminada donde la franja superior de la clase obrera se mezcla con la clase media baja. Autodidactas de forma omnívora y dispersa, figuras como John Lydon o Mark E. Smith de The Fall se ajustan al síndrome del intelectual anti-intelectual: vorazmente bien leídos pero desdeñosos con la academia y sospechosos del “arte” en cualquiera de sus formas institucionalizadas. Pero, en realidad, ¿qué puede ser más arty que desear abolir el arte destruyendo las fronteras que lo mantiene separado de la vida cotidiana? Esos siete años postpunk, desde el principio del 78 al final del 84, fueron testigos de un saqueo sistemático del arte y la literatura modernista. El período entero parece un intento de reproducir prácticamente cada tema y técnica modernista importante usando a la música pop como medio. Cabaret Voltaire tomó prestado su nombre del Dada; Pere Ubu tomó el suyo de Alfred Jarry. Talking Heads convirtió un poema sonoro de Hugo Ball en un tema bailable de tribal-disco. Gang of Four, inspirado por los efectos de alienación de Godard y Bretch, intentó deconstruir el rock incluso cuando rockeaban duro. Los letristas absorbieron la ciencia ficción radical de Burroughs, Ballard y Philip Dick y las técnicas de collage y cut-up fueron trasladadas a la música. Marcel Duchamp, por intermedio de Fluxus, era el santo patrón de la No Wave. El arte de tapa de los discos de ese período estaba en sincronía con las aspiraciones neomodernistas de las letras y la música, con diseñadores gráficos como Malcolm Garret y Peter Saville, sellos como Factory y Fast Product, que tomaban ideas del Constructivismo, Die Stijl, la Bauhaus, John Heartfield y Die Neue Typographie. Este frenético saqueo de los archivos del modernismo llegó a su punto culminante con el sello renegado ZTT -abreviatura de Zang Tuum Tumb, un fragmento de una poesía futurista italiana- y su grupo conceptual Art of Noise, nombrado en homenaje al manifiesto por una música futurista escrito por Luigi Russolo. Si tomamos a la palabra “modernista” en un sentido más amplio, los grupos postpunk estaban firmemente comprometidos con la idea de hacer música moderna. Estaban completamente convencidos de que todavía había lugares para explorar en el rock, todo un nuevo futuro por inventar. Para la vanguardia postpunk, el punk había fracasado porque había intentado destronar a la Vieja Ola del rock usando música convencional (rock´n´roll de los ´50, garage punk, mod) que precedían a las megabandas dinosaurio como Led Zeppelin y Pink Floyd. Los postpunks se decidieron a avanzar, sostenidos en la creencia de que “los contenidos radicales requieren de formas radicales”.

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