Thursday, July 23, 2009

Porcelana y volcán

«Evidentemente, toda vida es un proceso de demolición.»1 Pocas frases resuenan tanto
en nuestra cabeza con este ruido de martillo. Pocos textos tienen este irremediable
carácter de obra maestra, y de imponer silencio, de forzar un asentimiento aterrado, como
la novela corta de Fitzgerald. Toda la obra de Fitzgerald es un único desarrollo de esta
proposición, y sobre todo de su «es evidente». Un hombre y una mujer, unas parejas
(¿por qué unas parejas sino porque se trata ya de un movimiento, de un proceso definido
como el de la díada?) que lo tienen todo para ser felices, como suele decirse: bellos,
encantadores, ricos, superficiales y llenos de talento. Y luego, algo sucede que hace que
se rompan, exactamente como un plato o un vaso. Terrible mano a mano de la
esquizofrénica y el alcohólico, a menos que la muerte no se los lleve a los dos. ¿Acaso es
esto la famosa autodestrucción? ¿Qué pasó exactamente? No intentaron nada especial
que estuviera por encima de sus fuerzas; y sin embargo, se despiertan como tras una
batalla demasiado grande para ellos, el cuerpo roto, los músculos agarrotados, el alma
muerta: «Tenía la impresión de estar de pie en el crepúsculo en un campo de tiro
abandonado, con un fusil vacío en la mano y las dianas derribadas. Ningún problema que
resolver, simplemente el silencio y el solo ruido de mi respiración... La inmolación de mí
mismo era un cohete sombrío y mojado.» Por supuesto que sucedieron muchas cosas,
tanto en el exterior como en el interior: la guerra, la quiebra financiera, un cierto
envejecimiento, la depresión, la enfermedad, la pérdida del talento. Pero todos estos
accidentes ruidosos ya produjeron sus efectos en su momento; y no serían suficientes por
sí mismos si no socavaran, si no profundizaran algo de toda otra naturaleza y que, por el
contrario, no ha sido puesto de manifiesto por ellos sino a distancia y cuando ya es
demasiado tarde: la grieta silenciosa. «¿Por qué hemos perdido la paz, el amor, la salud,
una cosa tras otra?»

G. Deleuze

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