Yumber Vera Rojas y Federico Lisica
Posiblemente Franz Ferdinand fue la primera gran evidencia de que Gang of Four todavía seguía latente en el inconsciente colectivo. Así como los miembros del cuarteto escocés desempolvaron los discos que sus hermanos mayores escucharon hasta gastarlos o rayarlos, y cuya musicalidad quedó rondando en la banda de sonido de la vida misma, un sinnúmero de bandas hurgó nuevamente en las texturas, el hype, el caudal rítmico y la estética que a fines de los ‘70 legaron cientos de grupos. Así que, desmembrando con el parafraseo la ley de la química moderna, dos generaciones, pese a la independencia de sus procesos, han estimulado la constancia de este sistema de fantásticas sustancias sonoras.
Por eso pensar en el revival que tenazmente se le ha impuesto como apelativo, puntualmente para diferenciar a los noveles exponentes de los pioneros, es una tontería del marketing. Y es que ciertamente este redescubrimiento, más allá de la connotación romántica que seguramente pueda manifestar, ha acertado en la revitalización de cierto tipo de rock que, ante la obstinada necesidad de crear una ligazón con la música dance, ha logrado apropiarse paulatinamente de la pista de baile. No hace fa
lta más que acudir, acá mismo, a alguna fiesta o a algún boliche para comprobarlo. Argentina, a lo largo de los años que le siguieron al corralito (porque con algún “post” había que enlazarlo), ha sido testigo de esta evolución. Inicialmente como escenario, pues por acá pasaron, además de los de Glasgow, grupos fundamentales para comprender lo que ha sucedido: desde los legendarios New Order –que se separaron tras tocar en Buenos Aires–, Madness y Echo and the Bunnymen hasta
Arctic Monkeys, Bloc Party y Kaiser Chiefs, más la cuota norteamericana ofertada por el cadencioso dance punk de
The Rapture, !!! (chk chk chk) y LCD
Soundsystem. Y no hay que olvidar a los
taciturnos Interpol, que en su performance en el Gran Rex demostraron la vigencia de ciertas ideas de Ian Curtis.
Si la matemática apela a los números, que coordinados de determinada forma dan como resultado una verdad, el post punk directamente se zambulle en esa ciencia. Tiene sus cifras particulares (el ruidismo, la repetición, la negrura, el humor como resorte, el apego a la síntesis) y logra algo tan certero
en el lóbulo frontal como un “es igual a”. ¿Pero qué hay de las cuentas que entran con fórceps? Esas que uno mira, no está seguro del resultado, borra el número y escribe otro cercano a lo ideal. El post punk local pertenece a esa gama.
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1 comment:
parece que compartimos lecturas
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